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sábado, 23 de junio de 2007

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EMPRESA Y DIGNIDAD (1a. parte)

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Derechos individuales vs. empresariales

Por Arrigo Coen Anitúa
Foto: Revista electrónica Correo del Maestro

Fuente: "La empresa y la dignidad profesional del individuo", Revista El Publicista Año 2 No. 24 1982, México, D.F.
Versión: Antoine Castel Veiga, para Indicios Magazín-e
NOTA: El autor de las palabras aquí recuperadas y que publicaremos en tres partes falleció recientemente, el 12 de enero de 2007. Nuestra intención es rendirle un modesto homenaje mostrando la estatura de su calidad académica e intelectual, así como la frescura de su pensamiento, sobre todo en una actualidad cuando las referencias a su nombre en la red alcanza aproximadamente las 16,100 notas. El texto fue publicado originalmente en el No. 44 del Boletín MPM de agosto de 1968.

El mercado de nuestro tiempo se ha convertido en un mecanismo de demanda, abstracta e impersonal; no importa hoy tanto el valor de utilidad de un producto cuanto su valor de cambio; esto es que, por muy bueno que sea lo que ofrece, si su oferta es mayor que la demanda, disminuye su valor.
Y hay individuos que se sienten mercancía: se juzgan a sí mismos, no por lo que saben y por lo que son capaces de hacer, sino por lo que en el mercado se cotizan sus servicios. Y esto hadado origen, de un tiempo a esta parte, a uno como mercado de la personalidad, en el que todo depende, para el logro del buen éxito individual -no importa que sea empleado, vendedor, profesional, artista, científico, pólítico o politicastro-, de la aceptación de aquellos que contratan los servicios, o los representantes para vender obras o aptitudes.
Dicho de otro modo: ya el valor de utilidad de un individuo no es suficiente, si bien, hasta cierto punto, sigue siendo una condición necesaria, en la mayoría de los casos.
Es trágico que el éxito dependa, en sumo grado, de cuán bien sepa venderse la persona que en el mercado del terreno en que va a desempeñarse, y que solamente en casos de excepción el triunfo sea el resultado de la habilidad del individuo apoyada con cualidades de decencia, integridad y honradez.
Si fuera suficiente contar con lo que se sabe y con las propias capacidades, uno se estimaría por su justo valor de utilidad. Pero, ahora, es neesario saber venderse como mercancía, y esto es lo que modela la actitud hacia uno mismo, pues el no conocer la propia imagen de mercado, deja al sujeto perplejo. Si, como su propio vendedor, en calidad de mercancía, tiene buen éxito, entonces se estima valioso; pero si no, piensa que carece de valor, y que carecen de valor los méritos que sabe que tiene.
Porque siente que depende de una demanda fluctuante y así, el individuo cuyo caracter se orienta en este modo mercantilista, tiene la constante necesidad de confirmar su valor y, como son las altibajas del mercado las que determinan la demanda, se destruye el sentido de la dignidad personal, la cual, en el caso de cualquier actividad específica, es la dignidad profesional.
No para ahí la cosa
En oposición al individuo maduro y productivo, que deriva su sentimiento de identidad -o sea que se siente persona- del saberse unificado a sus capacidades, y que dice "soy lo que sé y lo que produzco", el sujeto de carácter mercantil no se autorrealiza en sus capacidades porque no las siente como valores propios, sino como valores ajenos a él, pues cree que valen lo que otros dicen que valen. Entonces, falto de ese sentimiento de identidad, de esa conciencia del propio valor, se vuelve tan inestable como es inestable su autoestimación, pues tratará de ser, no lo que es, ni ol que quisiera ser conforme a su escala de valores personal, sino lo que cree que quien lo contrata quiere que sea.
¿Qué vende, entonces? No vende productividad, ni siquiera se vende a sí mismo tal como es, sino que vende, simplemente, adaptación.
(Continuará.)