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miércoles, 22 de agosto de 2007

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EMPRESA Y DIGNIDAD (3a. parte)

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Entre el poder y el respeto

Por Arrigo Coen Anitúa
(Versión: Antoine Castel Veiga)


La empresa moderna, la que quizá todavía no tiene un prototipo de hecho, aunque también quizá esté ya planeada idealmente, es la que suma la productividad de todos sus miembros, en todos los nivels y puestos, y que, sin embargo, nos ejerce autoridad de dominio. Voy a tratar de explicar esto.

El hombre es productivo por el uso de sus poderes, cuando entendemos por "poder" una capacidad, la potencialidad o, dicho de otro modo, la posibilidad de hacer algo de cierto modo y durante un período específico. El hombre es capaz, cuando hace uso productivo de sus poderes. Y, a la inversa, la incapacidad es la falta de poder productivo, es la impotencia.

Cabe mencionar que no es lo mismo la capacidad que la aptitud. Un individuo puede ser apto, o sea tener habilidades relacionadas para determinadas tareas, pero ello no lo vuelve indefectiblemente capaz de realizarlas. Podrá tallar la madera con preciosura, pero no necesariamente va a producir numerosas piezas igualadas en belleza en tiempo récord sin recurrir a procedimientos fuera de su frontera de aptitud, como puede ser la reproducción industrial. Igualmente, no es lo mismo la impotencia que la ineptitud. La una apunta a las posibilidades, mientras la otra lo hace a las facultades inherentes de todo ser.

La razón ahonda en los fenómenos y capta sus esencias; es un poder de romper superficies. El afecto une a las personas unas con otras; es un poder de romper barreras. La imaginación concibe lo que aún no se conoce; es una fuerza, un poder de creación. La suma de estos poderes es la potencia del hombre.

Cuando el hombre es impotente, su actitud ante el mundo es perversa, se manifiesta una necesidad de dominio -que es la otra manera de entender la palabra "poder"-, y quiere usar a las personas como si fueran cosas. La falta de poder-capacidad se vuelve necesidad de poder-dominio, y la productividad propia de un sujeto va disminuyendo a medida que ese sujeto fuerza a otro a que le sirva.

Dos maneras

Cuando el sujeto es productivo, experimenta el medio en que se desenvuelve de dos modos: el modo especulativo, reflejando la realidad, como un espejo, percibiéndolo tal cual es. Pero no se piense que en esta actitud especulativa no hay actividad mental: en este caso, reflejar es reflexionar.

Y el otro modo es el recreador, con el que, mediante la acción espontánea de los propios poderes, racionales y efectivos, la realidad se vivifica en un nuevo material.

El realismo es muy frecuente en nuestra cultura. Un individuo puede ser capaz de reconocer las cosas como la cultura le dice que son, pero puede no ser capaz de llegar a la esencia. Dicho de otra manera, su conocimiento es descriptivo, pero no definitivo. Y no es que ese sujeto carezca de imaginación, sino que las posibles combinaciones de los hechos dejan fuera el factor personal: su propia calidad humana, su sello individual, su estilo.

La productividad es la facultad de relacionarse con el mundo en ambos modos; percibiéndolo como es -si no, se estaría loco, enajenado- y enriqueciéndolo con las propias facultades (apropiándolo).

La empresa humana

El objeto más importante de la productividad es el hombre mismo, por encima de lo que pueda reunir a cierto número de sujetos para la creación de objetos materiales, de obras de arte, de servicios, o de sistemas de pensamiento.

La suma de las realizaciones personales de todos y cada uno de los componentes de una empresa, desde los dirigentes hasta los encargados de las funciones más humildes, es el verdadero negocio. El objeto material que da origen mercantil a la empresa es un pretexto, un órgano, un instrumento, más o menos eficaz, para el logro de la verdadera finalidad humana de bien común.

Porque se ha visto que el empeño de explotación impide el desarrollo del propio ser. La empresa tiene una entidad propia, que se atrofia si no basa su productividad en la productividad de todos sus miembros.
(Continuará)